El temor es un gigante invisible que se manifiesta oculto en el trasfondo de nuestro desenvolvimiento cotidiano. Tiene más presencia en nuestra vida de lo que creemos. Su actividad nos condiciona, entorpece, nos hace sufrir y nos limita enormemente. Además de ser un impedimento en nuestro diario vivir, constituye un tremendo obstáculo para poder recorrer el camino revolucionario de la sabiduría.
Si estudiamos las diversas manifestaciones del temor por medio del auto conocimiento, podremos trabajar sobre él para comprender su funcionamiento y liberarnos de su gran influencia.
¿Qué es el temor?
Es el conjunto de reacciones de auto protección que se manifiestan en nosotros cuando estamos expuestos a un peligro, amenaza o posibilidad de sufrimiento. Existen dos clases que debemos diferenciar:
1. El temor instintivo: Es aquel que experimentamos ante la presencia de un riesgo físico real, cuando entramos en contacto con un peligro, con una emergencia o con alguna situación que amenaza nuestra integridad física, salud y supervivencia.
2. El temor psicológico: Es el conjunto de actividades mentales de anticipación que se apoyan en la fantasía, en la especulación y en la recreación imaginaria de posibilidades de sufrimiento. A diferencia del tipo anterior, no surge por el contacto con una situación real, sino por la identificación con imágenes fantasiosas que elaboramos en el pensamiento. Nosotros mismos lo creamos.
El temor psicológico es muy frecuente en nuestra vida cotidiana porque los seres humanos no solo somos vulnerables al dolor físico sino también, y en mayor medida al dolor psicológico.
Mientras las situaciones de la vida nos afecten y causen dolor, despertarán en nosotros reacciones mentales de temor. Porque siempre que exista una posibilidad de dolor, habrá una forma preventiva de temor.
En la vida sufrimos con facilidad ante el valor que le damos a las situaciones de aspecto desfavorable que pueden ser hirientes para nuestro ego. Por esa razón reaccionamos con expresiones de temor ante la posibilidad de la crítica, la culpa, el sentimiento de fracaso, la humillación, el riesgo de perder, de tener que desprendernos de algo, de no tener el control de una situación futura, etc.
Si queremos dejar de vivir con temor, debemos dejar de ser susceptibles al dolor. El dolor y sufrimiento físicos son muchas veces inevitables, pero ante el dolor psicológico si podemos hacernos invulnerables si tenemos en cuenta que es producido por nuestra forma de apreciar y sentir la realidad. Nuestra capacidad de ser invulnerables al dolor psicológico refleja la madurez espiritual que hemos alcanzado.
Si queremos trascender el dolor psicológico debemos aprender a evitar la identificación con los valores del ego. Porque lo que más nos hace sufrir es la posibilidad de experimentar la condición opuesta que deseamos alcanzar. Somos vulnerables a sufrir por que estimamos, perseguimos y nos identificamos fácilmente con la experiencia de valores como el orgullo, la buena imagen, los elogios, el triunfo, la sensación de ganar y poseer, de ser más que otros, de dominar las situaciones y de lograr que nuestro ego se destaque, etc. Cuando ponemos nuestro sentido existencial en la satisfacción del ego entramos a competir con los demás, a ser hostiles e injustos por lograr lo que queremos, a centrarnos exclusivamente en nuestros proyectos y en su resultado. Por lo tanto vivimos en contienda con nuestros rivales, bajo la amenaza de perder, de no lograr, de que otro se interponga o de que alguien más obtenga lo que nuestro ego desea, etc. Todas estas cosas son formas de dolor que originan temor.
Si estudiamos la naturaleza de los valores del ego, podemos comprender su falsedad, su condicionamiento, su vínculo con los sentimientos de ambición, envidia y competitividad, su relación con el dolor, con el temor y con la maldad, etc. Entonces nos establecemos con sabiduría por encima de ellos y liberamos la fuerza del amor de la que obtenemos bienestar, fuerza y poder.
El temor es un obstáculo del camino revolucionario
El temor es un enemigo oculto que no tiene presencia en nuestra vida hasta que nos enfrentamos con el reto de cambiar. Si la mayoría de personas no se atreven a cambiar es porque no quieren enfrentar sus propios temores.
Cuando vivimos de acuerdo a los patrones colectivos, nos sentimos seguros, acompañados, respaldados y aprobados por el medio. Más cuando buscamos vías alternativas de existencia que se salen de los parámetros “normales”, debemos enfrentar los temores que producen inestabilidad y duda. Si abordamos los retos con inseguridad nos veremos obstaculizados desde antes de emprenderlos.
En el camino interior debemos toparnos con muchas situaciones que nos pueden hacer experimentar temor. Temor al futuro, a las críticas, a las burlas y desprecios, a la incomprensión, al fracaso, a la soledad, a no ser nadie, a no poseer seguridad económica, a volverse loco, a estar equivocado, etc.
Todos poseemos una conciencia que ante toda situación nos muestra innumerables respuestas, posibilidades, caminos y soluciones, pero el temor arraigado en la mente solo nos deja ver los inconvenientes, obstáculos y posibles peligros. Entonces movidos por el pánico no nos animamos a dar un paso si no es detrás de alguien que lo haya dado antes que nosotros. Durante toda la vida vivimos resguardándonos detrás de la guía y protección de alguien más. Ya sea la mamá, el profesor, la pareja, el político o el guía religioso. Más llega el momento que en nuestro proceso evolutivo, la vida nos exige el requisito de independizarnos y asumir los retos de la existencia con autonomía.
El temor no aumenta nuestra fortaleza, sino nuestra debilidad. Se alimenta de nuestras dudas, confusión y auto convencimiento. Al gastar nuestra energía en fantasías, anticipaciones, diálogos internos, el miedo se hace más fuerte y nosotros más débiles y entonces los estados se complican haciéndose cada vez más complejos e insolubles. La energía que deberíamos usar para enfrentar un suceso, es consumida toda por el parásito del temor.
Al sumergirnos en el temor solemos precipitarnos progresivamente por una escalera de estados cada vez más complejos pasando de la especulación al desaliento, a la impotencia, a la angustia, a la obsesión, al pánico y a la depresión. Salir de un estado profundo es doblemente difícil porque hemos agotado nuestra energía y puesto la fe en nuestros miedos. En estos estados de identificación toda observación de la realidad, discernimiento y acceso a la comprensión es imposible, por lo tanto quedamos anclados, ahogados en un fondo creado por nuestros propios temores.
El temor es un impedimento del amor
El temor es una actividad egocéntrica que se basa en la protección del yo. Por lo tanto es lo opuesto al amor y un impedimento para su experiencia y manifestación.
Un ser que teme no puede amar ni ser amado. No podemos amar a la persona a quien tememos, ni abrirnos a ella con espontaneidad y confianza.
Si vivimos en desconfianza sentiremos que el gesto de bondad del prójimo tiene oculta alguna intención.
Cuando experimentamos miedo hacia algo, perdemos la calma y la tranquilidad de la mente y no podremos recuperarla si no encontramos garantías de seguridad. En ese estado de inquietud es imposible el surgimiento de una manifestación de amor.
Nuestros temores nos impiden comprender que el amor es una ley y entonces no podemos creer que la vida pueda ser benévola con nosotros y suplir todas nuestras necesidades sin que tengamos que luchar con otros o ser personajes sobresalientes y extraordinarios.
Quien se siente inseguro no puede tener confianza ni tranquilidad y por lo tanto no puede ser plenamente libre y feliz. La persona que teme es neurótica y transmite su neurosis y malestar a quienes lo rodean.
Acostumbramos a vivir distantes del amor, de su vibración y bondades porque frecuentamos cotidianamente los sentimientos del temor. En los celos hay temor, en la violencia hay temor, en la ambición y el apego hay temor, en la sobreprotección hay temor, en el orgullo hay temor, en la competitividad hay temor. En ninguno hay amor.
En el servicio hay amor, en la compasión hay amor, en la incondicionalidad hay amor, en la paz hay amor, en la equidad hay amor, en la libertad hay amor, en la fidelidad hay amor. Ninguno de ellos puede surgir mientras haya temor.
Y ¿Cómo vamos a estar libres de temor en una sociedad que es competitiva, indiferente, violenta, injusta, llena de peligros y maldad? Si conocemos los riesgos del vivir y sabemos que a nadie le importa nuestro bienestar, lo lógico es que nos acoracemos, que nos volvamos tan fríos como el mundo y nos convertimos en la extensión de su indiferencia, violencia y egoísmo. A menos que nos demos cuenta que el mundo tal y como es, es la mejor escuela para el aspirante al conocimiento del amor. Solo por medio del trabajo interior podemos hacernos invulnerables al dolor del mundo y al temor. Para amar en este mundo debemos ser fuertes y sabios.
Al estudiar los egos, entendemos que las personas son violentas, indiferentes, egoístas y ofensivas por su debilidad. Entonces las comprendemos y nos hacemos invulnerables.
Al estudiar el mundo y el orden que lo rige comprendemos que las condiciones dolorosas que se presentan en sus escenarios son producto de actuar en contra de las leyes de la naturaleza. Entonces dejamos de temer al futuro, a las injusticias y podemos respetar los procesos didácticos de la vida sin tenerles miedo. Y nos movemos confiados y con fe en el amor que nos abastece, alegra y protege. Abandonados en su fuerza y vibración.
Solo estando libres de temor podremos hacer crecer la sabiduría y el amor en medio de una sociedad hostil. Amando a los ofensores, a los justos e injustos por igual. Siendo invulnerables ante las injusticias y malos tratos y moviéndonos en medio de amenazas totalmente libres del sentimiento de temor.
Temor y amor son dos fuerzas opuestas
Temor y amor son dos fuerzas opuestas que mueven nuestro ser. En la vida somos impulsados por una o por la otra.
Una persona puede trabajar con obediencia, ser cumplido, cuidadoso, esmerado y eficiente; pero muy en el fondo puede estar motivada por el miedo al despido, a la pobreza, al desempleo, etc. Entonces carece de amor al trabajo, a la vocación y al servicio.
En sumisión al temor, el hombre obtuso es diligente, cumplido y civilizado. Cuando se precisa del temor como incentivo es síntoma de que hay un escaso nivel de amor y por lo tanto de atrasado nivel de desarrollo interior.
Muchos hombres cumplen las leyes civiles. No porque comprendan el significado del respeto, sino por temor el castigo, a la bala del policía, a la multa, a la cárcel, etc. El temor hace que los hombres obedezcan las leyes mientras que el amor no necesita de leyes. Cuando el hombre se rija por el amor, serán innecesarios los ejércitos, la policía, las multas, las armas y las cárceles.
Necesitamos ser controlados con violencia y educados con temor cuando somos tolerantes con nuestros excesos y no controlamos por nosotros mismos nuestros actos de irrespeto. Al corregir a una persona con violencia se desarrolla en ella el temor al error y no la comprensión. Por eso todo aquel que fue educado con violencia teme al error.
Nuestros gestos de cortesía y amabilidad también pueden nacer en el fondo del temor a la crítica y a la mala imagen. Estos comportamientos pueden ser de aspecto servicial pero no son expresiones de amor.
El temor a la vida y a las penalidades nos puede llevar a venerar con devoción a Dios, del que esperamos ayuda, milagros y favores. Pero todas esas actividades son producto del temor y no del amor.
El amor y el temor son fuerzas que se manifiestan detrás de las actividades que frecuentamos en nuestro desenvolvimiento cotidiano. Las alimentamos y fortalecemos al frecuentarlas.
Podemos hacer actividades de aspecto religioso que sin darnos cuenta nos hacen vibrar y alimentar la fuerza del egoísmo, así como podemos hacer actividades de aspecto mundano pero estar vibrando en la fuerza del amor.
La verdadera obra del obrero espiritual es servir de vehículo para traer al mundo la fuerza del amor, depositándolo en todas las cosas que hace. Lo cual solo puede ocurrir con la disolución del ego y del temor.
La eficiencia del temor
Si al observarnos y conocernos a sí mismos logramos darnos cuenta que las diferentes manifestaciones del temor no solo son insuficientes para evitar el sufrimiento sino que además producen más sufrimiento, entonces alcanzaremos comprensiones para que cese desde la raíz. Estudiemos algunas de las contradicciones del temor.
- El fundamento del temor es evitar el sufrimiento, pero el temor en sí es sufrimiento. Por eso dice una frase “el que teme sufrir, sufre de temor”. Lo peor no es que ocurra aquello que tememos, sino sufrir de temor. Sufrimos gratuitamente a causa de fantasías elaboradas por nosotros mismos que jamás se cumplen. El fracaso, la pérdida, la frustración y demás situaciones penosas a veces inevitables serían mucho más llevaderas, menos dolorosas y hasta insignificantes si las viviéramos y enfrentáramos con una mente libre del condicionamiento del temor.
- El miedo es como un imán que atrae a nuestra vida las condiciones que tememos.
El miedo a la incapacidad nos hace ser incapaces, el miedo al error produce error, el temor al fracaso es la mayor causa del fracaso. La mayoría de veces fracasamos anticipadamente porque el temor ni siquiera nos deja hacer el intento. Por miedo nos desenvolvemos con inseguridad, torpeza y desconfianza.
- El miedo traumatiza y se retroalimenta. Nos hace sentir los eventos de un modo más trágico de lo que realmente son. Las experiencias de fracaso se graban en el subconsciente y se fijan como un condicionamiento para futuras experiencias.
Cuando vemos lo que hay que ver acerca del temor, surge la comprensión y la libertad. Entonces no nos identificamos con las circunstancias y descubrimos la eficiencia de la calma.