La mecanicidad

La mecanicidad es la inclinación que tenemos de encarnar la actitud repetitiva, fría inconsciente y rutinaria que caracteriza a las máquinas. A lo largo de la vida nos acostumbramos a frecuentar patrones existenciales repetitivos hasta el punto de convertirnos en muertos vivientes, en autómatas, en criaturas mecánicas.

Las máquinas pueden ser eficientes, precisas, útiles y productivas; pero su funcionamiento está limitado y sujeto a seguir una programación. Solo pueden repetir ciclos, procesos y rutinas siempre de la misma forma. No tienen conciencia y por lo tanto no pueden expresar creatividad, vida, amor, sensibilidad, originalidad, determinación, no son inteligentes y no tienen la posibilidad de cambiar ni evolucionar.
Al frecuentar una actitud mecánica hacia la vida se atrofian gradualmente nuestras facultades humanas y quedamos atrapados en una tediosa programación existencial viviendo con la conciencia dormida. Estudiar y revertir está condición es un objetivo del auto conocimiento.

Vivir en un universo mecánico
Tal vez el factor más predominante por el que somos propensos a convertirnos en máquinas es la naturaleza repetitiva del universo en el que nos desenvolvemos y del cual somos parte.
Vivimos en un mundo regido por leyes naturales y por lo tanto en medio de fenómenos que se repiten mecánicamente. La salida del sol y su caída, las estaciones con sus respectivas manifestaciones, el crecimiento y decrecimiento de los cuerpos son algunos de los muchos fenómenos que se repiten por la acción del orden natural.
El óptimo funcionamiento de nuestro cuerpo físico también depende de la repetición de operaciones mecánicas como la respiración, la digestión, la circulación, etc. El sostenimiento de la vida nos obliga a ocuparnos diariamente en actividades repetitivas como comer, limpiar, descansar, transportarnos, trabajar, vestirnos, etc. Sin embargo, lo que nos convierte en criaturas mecánicas no es el hecho de repetir una labor, oficio o actividad, sino de realizarlas en estado de inatención, con la conciencia dormida, en modo de “piloto automático”.
Cuando realizamos repetitivamente una actividad desarrollamos programas mentales que se procesan en nosotros en forma de yoes. El yo que barre, el yo que se baña, el yo que trabaja, el yo que conduce, el yo que cocina, el yo que va de compras, etc. Estos programas están conformados por la imagen residual de acciones anteriores, por el valor y sentimiento con que las vinculamos y por el procedimiento que desarrollamos para realizarlas. Todo este paquete queda grabado en el fondo de nuestro ser y cuando vamos a repetir una labor lo hacemos a través del programa.
Nuestro cuerpo aprende movimientos y está capacitado para repetir acciones en total ausencia de atención. Con el pasar del tiempo la mecanicidad se convierte en la actitud cotidiana que usamos para realizar todas las labores que hacen parte de la vida.
Dentro de nuestros programas encontramos algunos que nos agradan y otros que nos fastidian y desagradan. Los que nos prometen satisfacción, sensaciones agradables, placer y entretenimiento nos causan gozo y sentimos deseo de repetirlos y frecuentarlos.
El primer reflejo de la mente cuando algo nos agrada es identificarlo para poder incorporarlo a un programa de repetición.
De igual forma existen aquellos programas que no son de aspecto prometedor, los cuales asociamos al concepto de obligación y nos causan desagrado, indisposición y resistencia. No obstante, ambos son dos extremos que forman parte de una misma programación en la que nuestra conciencia se va atrapando hasta quedar totalmente encarcelada. Unos programas dependen de otros. Los placeres compensan las obligaciones y juntos forman la rutina existencial que nos rige semana tras semana y año tras año.
Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos la mente nos sugiere un programa de actividades y estados de ánimo para asumir cada instante de la vida.

¿Por qué adoptamos la mecanicidad?
La seguridad y la mecanicidad
La mecanicidad nos ofrece seguridad, confort y un patrón para orientar nuestro desenvolvimiento existencial. Al refugiarnos en nuestros programas permanecemos en el campo de lo conocido, en el cual somos hábiles, capaces, conocedores, destacados, eficientes, etc. Cuando nos salimos del margen de nuestros programas debemos enfrentar lo desconocido, para lo cual somos torpes, frágiles, ineptos, ingenuos, incautos, inútiles, etc.
La repetición nos ofrece seguridad y comodidad. Sabemos con qué nos vamos a encontrar si hacemos las cosas del mismo modo y si recorremos los caminos ya conocidos. En cambio, tomar un rumbo nuevo implica enfrentarnos con el temor, con el riesgo de errar y con todos los sentimientos de la inexperiencia.
Cuando en medio de la repetición nos surge un chispazo consciente que nos sugiere una posibilidad de creatividad, innovación, y cambio, inmediatamente interviene la mente emitiendo frases cómo ¿Para qué? Y… ¿Qué tal que no pueda? ¿Qué tal que pase esto o aquello?
Las personas sumidas en la mecanicidad pueden vivir una vida de aspecto eficiente repitiendo lo mismo todos los días. Pero si por algún motivo les toca cambiar, hacer algo nuevo y salirse del programa se dan cuenta que se han vuelto totalmente incapaces porque su potencial consciente se ha atrofiado.
La mente con sus programas y experiencia acumulada puede ser útil, pero por sí sola es limitada y al sostenernos exclusivamente de ella solo podemos repetir lo conocido. La conciencia es la que nos permite discernir y descubrir en el momento posibilidades, alternativas, caminos y opciones que no hacen parte de la experiencia ni de los contenidos de la mente. Si comprendemos esto descubriremos que en la conciencia despierta se encuentra la verdadera seguridad, libertad, eficiencia y capacidad que ningún programa puede ofrecernos.
En nuestra conciencia radica la capacidad de ver, cuestionar, descubrir, entender, aprender, preguntar, corregir y responder a los retos nuevos si ponemos la atención en lo que estamos haciendo. La conciencia es libre y creativa y siempre nos va a invitar a innovar y a actuar por terrenos nuevos, desafiantes y desconocidos así no tengamos un programa que nos garantice seguridad y éxito. Lastimosamente este poder tiende a atrofiarse por falta de uso ya que solemos elegir siempre el camino más cómodo y seguro que consiste en repetir siempre lo conocido.

Los juicios de valor y la mecanicidad
Otra causa de la mecanicidad por la cual abordamos actividades con una actitud repetitiva e inconsciente es el valor mental que condiciona nuestro ánimo hacia todo lo que hacemos. Al clasificar una actividad con conceptos de valor se condiciona el interés que tenemos para realizarla. Entonces no ponemos la atención en lo que hacemos porque estamos sujetos a la satisfacción final que obtenemos de ello. Las labores insatisfactorias nos causan resistencia y por eso las asumimos por salir del paso con desinterés, desgano y mecanicidad. Si una actividad nos promete algo, tampoco ponemos la atención en lo que hacemos porque nuestro interés se centra en la finalidad y el resultado que esperamos obtener.
Podremos revertir este estado de mecanicidad evitando la identificación con los juicios de valor que le damos a todo lo que hacemos. Entonces tendremos disponibilidad sin importar cuál sea la labor en que nos ocupemos y alcanzamos un gozo muy distinto al que nos ofrecen los juicios y valores mentales.

¿Cuál es el precio de la mecanicidad?
Los programas que desarrollamos a lo largo de la vida nos permiten cumplir funciones repetitivas, ser eficientes y productivos dentro del límite de lo conocido. A simple vista resuelven el problema de nuestro mantenimiento y supervivencia existencial. Sin embargo, al vivir en base a ellos se van atrofiando las cualidades más valiosas de nuestro ser como la capacidad creativa, el amor a la vocación y la posibilidad de evolucionar tanto en lo externo como en lo interno. La mecanicidad tiene muchos efectos en nuestro ser, dentro de los cuales podemos analizar algunos…

La agobiante rutina
Por medio de una vida rutinaria y repetitiva tratamos de evitar el sufrimiento que implica enfrentarse a lo nuevo. Lo que ignoramos es que la rutina es una cárcel que también produce sufrimiento. Al sumergirnos en ella sentimos el agobio de ver la vida a través de un itinerario que ya conocemos de memoria. No podemos ver el cambio de las cosas ni ser sensibles o sentir agrado hacia impresiones o actividades que no hagan parte del programa de nuestros placeres. Solo encontramos gusto en repetir aquello que nos causó agrado en un momento pasado. Si nuestra mente no puede identificar un placer en algo responde con la frase… ¿Para qué?
La conciencia es vida y atrapada en la sensación de repetición experimenta gran malestar. Al sufrir no podemos entregarnos con amor y desinterés al trabajo porque solamente queremos escapar de él, terminar rápidamente o distraernos con cualquier cosa. Ignoramos que toda actividad por insignificante que sea puede ofrecernos gozo si aprendemos a abstraernos en ella, situándonos más allá de los valores y condicionamientos provenientes del pensamiento.
La mayor parte de la vida consiste en el mantenimiento de los pequeños detalles que la componen y si estos nos causan agobio e infelicidad viviremos siempre insatisfechos y con el deseo de escapar de nuestra realidad.

El estancamiento espiritual
Siendo la conciencia la base de todo descubrimiento y la puerta de acceso a la comprensión, perdemos toda posibilidad de despertar y de trascender nuestro nivel de ser.
Al actuar de manera mecánica no dejamos oportunidad para el acceso a las revelaciones y descubrimientos que originan transformación interior. Podemos hasta repetir oficios y actividades de aspecto espiritual como rezos, meditaciones, ayunos, peregrinaciones, etc. Pero estos efectuados mecánicamente no tendrán impacto en la conciencia y por lo tanto serán inútiles para producir un cambio interior.

El atrofiamiento de las facultades del ser
La mecanicidad atrofia todas nuestras cualidades y nos convierte en seres incapaces y mediocres. Las máquinas por lo menos son eficientes y productivas, pero el hombre cuando se convierte en criatura mecánica se vuelve incapaz de realizar eficazmente hasta las tareas más sencillas. Como la repetición es agobiante, abordamos con desinterés y resistencia los oficios básicos de nuestra vida cotidiana. Envueltos en el deseo de terminar rápido, realizamos las cosas a medias, por cumplir, por salir del paso, haciendo lo mínimo, obligados por la amenaza y sujetos a la obligación. Envueltos en esa actitud no hay espacio para la creatividad, para la renovación, para el gozo y la inteligencia. Ignoramos que estas actitudes se instalan en nuestra psicología y se convierten en la forma habitual como hacemos todas las cosas.